Manhattan


 Todo resultaba excesivo en esa ciudad. El tamaño de sus edificios infinitos, revueltos como piezas amontonadas de un rompecabezas inacabado; los ventanales de cristal que esconden la mirada ausente de los desconocidos; las fumarolas urbanas que exhalan vaharadas de vapor cálido que flota en suspensión en medio de aquel ambiente gélido, como adornos efímeros de un tiempo ya perdido, mientras atraviesan la calle, en un perfecto desorden, una larga fila de taxis amarillos de los que asoman conductores con turbante; el río Hudson, inmenso en su espesor invernal, convertido en una sombra tupida y oscura que abraza la isla en su descenso hacia el océano; las largas avenidas donde el tráfico se condensa en un atasco rítmico e imposible; la basura abandonada en las aceras de cemento en las que él imagina, en otro tiempo, las ratas correteando de allá para acá, también encaramadas a los árboles, ratas marrones que se confunden con las ardillas; las escaleras metálicas descolgadas de las fachadas de ladrillo por las que trepa un adorno de Santa Claus; la pantallas eléctricas de Time Square y las bombillas de colores que iluminan el Radio Ctiy Music Hall, enclavado en el Midtown Manhattan; su comida tan urgente como absurda; el murmullo de lenguas extrañas que se hace invisible en aquella muchedumbre que se roza al cruzarse pero no se sostiene la mirada, tan ajenos los unos a los otros; el bosque doméstico encajado entre lagos artificiales congelados y rascacielos millonarios que puntean el cielo; el inframundo que se abre paso bajo tierra, agitado por el traqueteo de un tren subterráneo que busca su último andén sobre un dédalo de rieles… Todo le resultaba excesivo en Manhattan. Y por extraño que le pareciera, esos excesos le atraían sin remedio. No durante un instante de asombro, ni por un periodo pasajero, no, lo que él sentía era una atracción sin medida que lo llevaba a adentrarse sin rumbo en esas avenidas y calles, en sus plazas y parques, confundido entre aquella gente con la que se cruzaba distraído, sin tener dónde ir, porque allí nadie lo esperaba. Fue consciente de que no estaba preparado para ello, pero no se resistió. Nueva York se adueñó de él de forma inmediata y para siempre. 

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