Notas sobre El Plomo y el Viento.¿Por qué odiamos a Cayetana Leclerc?
Estimado Pepe.
La lectura de la novela de un amigo debe producir cierta incomodidad. Irremediablemente tiene que dar lugar a un juicio en una cuestión en la que la subjetividad es total, en una materia en la que solo impera el gusto literario. Sobre todo si el lector no es crítico literario. Si, además, el lector considera que la literatura es una de la cosas más importantes de su vida, la cosa se complica pues está en juego algo más que un pasatiempo, está en juego su propia vida que ha sido forjada desde niño por la literatura. Por ello, en este caso hay más que una novela y una lectura.
La litetaratura, repito, es una de las partes más importantes de mi vida, de modo que he tenido que oir en más de una ocasión el típico reproche que contrapone los libros a la vida: el lector es un ser que no vive una vida real, sino libresca, apartado de la realidad y enloquecido en su biblioteca en la que vive inmerso en una existencia falsa por irreal, un cobarde que no enfrenta la vida sino que la elude tras la páginas que lee en sustitucion de lo real. El loco lector, el enloquecido por la lectura es figura central de nuestra tradicion literaria y no hace falta hacer muchas más consideraciones: solo falta que lo encierren a uno disfrazado de Caballero andante, con una espada oxidada y un gorro de papel. Nunca he entendido tal oposicion entre vida y literatura, es más, la desmiento por completo. A lo largo de mi vida muchos libros me han permitido indagar en lo real desde experiencias ajenas y me han permitido comprender realidades de las que nunca podría haber tenido noticia. En otros casos, es la vida, la experiencia, la que me ha permitido comprender libros, de modo que sin aquella estos se habrían limitado a ser juegos irrelevantes. Tu libro es de este segundo tipo. Pero vida y literatura son para mi una sola cosa, de modo que en la lectura me va la misma vida. No es un juego.
Tu libro es de los que solo se comprenden desde la vida: la experiencia nos aclara de qué se habla y quién lo hace. Siempre que empiezo a leer tengo en mente la consideración de Ortega y Gasset: “cuando hemos leido ya mucha literatura y algunas heridas en el corazón nos han hecho incompatibles con la retórica, empezamos a no interesarnos más que en aquellas obras donde llega a nostros gemebunda o riente la emoción que en el autor suscita la existencia. (El Espectador I. “Ideas sobre Baroja”). Subrayo la expresión que determina el objeto de atención: la existencia debe suscitar una emoción en el autor que liberalmente nos la trasmite. Si no se encuentra tal circunstancia en la lectura, el autor habra fracasado (para mí, claro es). Y esa emoción puede ser de muy variados tipos, siendo la mención (riente o gemebunda) a titulo de ejemplo, sin exclucir a ninguna otra. Si no se trasmite tal emoción habra un juego o ejercicio literario, que tiene su valor, pero que a mí no me basta.
En tu novela nos encontramos aparentemente con un autor omniscente, pero al poco tiempo percibimos cierto equívoco, una ambigüedad en la obra al mezclarse dos relatos diferenciados aunque, sospechamos, que los hace el mismo sujeto. Uno es el relato de los amores de Basilio y Cayetana, su drama o, mejor dicho, su tragedia sentida por los personajes al modo de la tragedia griega: seres condenados por el destino, por la fatalidad, a su propia destrucción; personajes que se ven empujados por los hechos y en los que sobrevuela una culpa que los arrolla y aniquila, y de la que deben dar cuenta, con la carcel, con el aislamiento, con la distancia, con la muerte y siempre con una infinita tristeza. Como heroes de la tragedia no tendrán más remedio que aceptar su destino, y campear como mejor puedan su castigo en forma de soledad y frustración. Este relato es cerrado, y se hace por quien ya sabe toda la historia de modo que se produce la invención retrospectiva del pasado, su reescritura. Así, el autor omniscente nos cuenta el origen, desarrollo y final de las vidas de los dos, y lo hace desde la creación literaria: poniendo en los protagonistas palabras y pensamientos que los abocan a la fatalidad, vista como una no eleccion: “cuando al viejo Basilio Morales le da por echar la vista atrás advierte con remodimiento y cierto asombro que ella ya lo había sentenciado en su día…”. Pero sabemos que estas expresiones no pueden ser reales. La experiencia nos muestra que a la hora de tomar decisiones no se nos presentan ni se solventan desde el convenimiento de que son decisivas para el ulterior desarrollo de nuestras vidas. Si somos horados y nos deshacemos de la autocompasión sabemos que esas decisiones, si realmente existieron, se resolvieron en un entorno de niebla e incertidumbre, sin tener a la vista todas las variables que entonces no existían porque se desconocían y, sobre todo, sin ser conscientes de la trascendencia de tales decisiones. Solo después, al hacer recuento e inventario, al volver la vista a atrás nuestra autocompasion no obliga a darles un relato causal a lo que fue casual. Fue viento y no plomo. Pudo ser de otra manera y si fue así, tal como ocurrió, no se debió a fatalidad alguna. Pudo ser de otra manera. Pero los hechos tozudos de la realidad precisan de una justifiación que solo le damos despues, e incluso se van cambiando a conveniencia. Siempre a la vista del resultado. Pero nos interesa que las cosas se planteen con cierta faltalidad para justificar nuestras frustraciones. O las de lo demás. Este sesgo retrosprectivo es el que domina el relato de Basilio y Cayetana, en una trama de tragedia, repito, y con unos personajes que son movidos por los Dioses como títeres, aunque Cayetana sueñe en ser ella la que maneja los hilos en alguna ocasión. El autor los exculpa, los redime a pesar de la maldad de ambos. Pero nosotros no los exculpamos, por lo siguiente.
El otro relato que nos hace el autor omnisciente, es el de Lucas Aguado. Este relato está en la atipodas de la tragedia y nos es más cercano. En este la realidad se muestra in fieri, en tiempo real, conforme van ocurriendo las cosas, por lo que no cabe una categorización que lo revise según una determinada línea argumental: lo que pasa es lo que esta pasando y aquí no interviene el destino o la fatalidad, sino la contigencia, la finitud. Aquí impera la duda, el remordimiento, la culpa porque no ha dado tiempo a darle un repaso según termine la historia, porque esta no termina y no se nos dice qué pasa finalmente por un sencilla razón; porque en el presente no ocurre finalmente nada, sino que pasan cosas. De la otra histora se sabe todo; de la segunda muy poco, pero suficiente para sentirnos cerca de Lucas y aceptar su incertidumbre y su duda como propias. Por eso odiamos a Cayetana y a Basilio.
Estos dos se nos presentan con una cerrazon cerril que arruina su vida y la de los demás. El desprecio que provocan estos personajes es el mismo que nos produce el personaje memorable de Tom Rypley de las novelas de Patricia Higsmith con el que coinciden en un vil asesinato. En ambos casos lo que nos produce un total rechazo es la premeditación del crimen que en el caso de Cayetana es verdaderamente abyecto, pero sobre todo es la tranquilidad con las que ambos asesinos (Tom Ripley y Cayetana) asumen lo hechos sin el menor atisbo de remordimiento. Por eso odiamos a ambos, sin perjuicio de que a Tom Ripley lo odiemos con cordialidad, pero a Cayetana no. La razon de que no exculpemos a Cayetana ni a Basilio es la pretrensión trágica que en retrosprectiva hace el autor, y lo hace precisamente para que la contrastremos con el relato de Lucas. Este es el gran hayazgo de la novela: la idealización de una trama queda arruinda por veracidad de la otra. El contraste es demoledor para los personajes de Basilio y Cayetana. Este es de plomo, aquel de viento.
Los perfiles de ambos se detallan desde el primer momento y se trabaja por el autor en un relato justificativo. Pero se nos da cierta información que impide toda disculpa. Basilio desde la infancia abocado a asumir la imposibilidad de superar la distancia que hay con Cayetana y su lucefirino entorno con olor a azufre (padres, trabajos, haciendas..), queda imposibilitado para actuar de forma autónoma y se ve perseguido por sombras que le acucian unas veces con la figura de Cayetana, pero en cualquier caso, nos las puede ni quiere evitar. Sometido en todos los aspectos tan solo puede justificar su deseo: el destino. De este modo actua siempre de forma reactiva a los demas, sin iniciativa alguna, sin digniidad, y siendo objeto del escarnio sádico de Cayetana (la escena en el teatro con las amiga francesa, es otro hayazgo). El maltrato que da a su comapeñera de estudios, Adela, o el uso infame de su compañera de despacho, dejan claro su sumisión voluntaria, su renuncia a la libertad y a la autonomía, siempre justificada por una supuesta vinculación inevitable a Cayetana. Pero sabemos que esto es una excusa, como bien nos detalla el relato de Lucas en el que no existe tal sumusióny en el que sí se toman decisiones libres en un entorno de miedo, temor y duda, lo que en el otro realto no existe. Pero para Basilio todo vale, pues le arrastra la fatalidad. Cayetana sí adopta decisiones y siempre sin contar con los demás, a los que utiliza de forma sistemática mediante el engaño, la mentria y la falta de escrúpulos (ni un remodimiento, tampoco en él, ni en la carcel). Y esto lo hace desde su juventud más temprana, anquilosándose en un comportamiento déspota que le acompañara toda la vida. Su psicopatía es proverbial y, por ello, no la perdonamos, sino todo lo contrario. Su matrimonio interesado, su decisión de acabar con su marido mediante el asesinato, la vil preparacion de todos los detalles (la prepración del asesinato es un despligue de medios), y la forma de involucrar a Basilio, al que deja que se pudra en la carcel, nos impide perdonarle nada. El mayor escarnio lo encontramos en el final, con la vuelta al lugar del crimen, mediante una serie de actos que solo son manifestación de un narcisimo ególatra de la peor especie: convertido Basilio en plomo, literalmente en un busto, no deja de hacer ostentación de un crimen y de cómo consiguió que Basilio lo asumiera. Por esto odiamos a Cayetana, despreciamos a Basiio y compadecemos a Lucas.
No obstante, sí sentimos piedad por Basilio cuando percibe que va a morir. Seríamos inhumanos si en ese momento no atendieramos a la realidad de la finitud mostrada de forma inapelable en la novela, siendo desde mi punto de vista el mejor pasaje de la obra (una muerte corpórea, intransitiva, un acabamiento sin colofón ni conclusiones. Y es que al leerla, leemos nuestra propia muerte que será muy parecida pues en ese trance no hay distingos. Y en ese momento es problable que pensemos que todo ha sido como tenía que ser y que el Viento fue el culplable de todo. Pero el viento es imprevisible, y no es buena excusa.
Como deciamos antes, la historia de Basilio y Cayetana debe verse como contraste con la de Lucas, que es de la que aprendemos algo y por el que sentimos compasion pues sus temores y pesares son y serán los nuestros. Una historia no idealizada, nos dice que la duda no el destino, la contingencia no la fatalidad, la fintiud no lo imposible, el viento no el plomo, son la materia con la que estan hechas nuestras vidas. Volviendo al principio entendemos la emocion que la vida produce en el autor, y agradecemos su visión que integramos en nuestra vida. Ya nunca nos abandonará. Formará parte de nuestro bagaje y nos permitirá enfrentarnos a la vida con los medios de una novela, y no creo que los haya más útiles. De este modo no hay un contraste entre vida y libros, pues sin estos aquella sería otra cosa, para mi peor.
Como puedes ver esta novela nos ha gustado mucho y a nuestra edad provecta se entiende mejor. Nuestra enhorabuena. Para otra ocasión un comentario más formal de la novela, sobre la estructura, estilo, ambientación, personajes secundarios (genial Bienvenido, con momentos cómicos que se agradecen, otra historia real como la de Lucas), etc.
Hemos hablado en alguna ocasión que las novelas una vez publicadas dejan de ser del autor. Este no puede hacer ya nada y el lector es soberano. O mejor dicho, el autor se convierte en otro lector que puede pugnar con las lecturas que se hagan de su libro.
En Retamar, a 15-12-2024.
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