Descanse en Paz don Reyes Guerrero

 

He vuelto a casa, al lugar donde se construyeron despacio mis primeros recuerdos. Regreso para que la mirada se emborrone mientras repaso las lomas ordenadas de olivos conforme me acerco por la antigua Nacional, ahora prácticamente abandonada. Vuelvo para que la memoria se me enturbie al ritmo monótono en que repentinamente envejecen personas de otro tiempo que ahora me cruzo en la plaza y me saludan, o simplemente me observan cuando ya los he dejado atrás, intentando ubicar mi nombre después de tantos años de vivir fuera.

He vuelto para despedir ahora a Reyes Guerrero (q.e.p.d.), al mismo lugar donde hace unos años los que se marchaban eran mis padres, a la misma iglesia en la que se me fue pronto, demasiado pronto, mi hermano Lucas o Jacinto y Chema, mis primos, para quedarme sentado en los bancos gastados que se apilan bajo la misma bóveda donde aún se mantiene intacto el eco de esos llantos que un día fueron los míos. Y regreso al cementerio de siempre, para quedarme en pie y callado frente a los nombres de mis padres esculpidos en la piedra sobre la que resbala, suave, una lluvia fina. Para que la hierba húmeda que rodea la casa de Pepe, junto al río que ha engordado por una nube que no cesa, empape el pernil de mi pantalón y manche mis botas mientras persigo el vuelo distinguido de las garzas que se pierde entre chaparros, camino de la sierra. Para que se me reblandezca el alma y erice la piel al pasar la palma de la mano por el lomo vivo y rizado de Bubu.

He vuelto a donde nací, al mismo lugar donde ahora Reyes se ha ido, para dejarme caer, otra vez, sobre la tapia bajo la que solía esconderme cuando el tiempo se me representaba eterno, solo para ver la calle vacía bajo el aguacero.

Descansa en paz, Reyes.