De mi presunta inutilidad.
Estimado P.
Es domingo, un día feriado de cielos bajos y plomizos en el que los nublos se amontonan para teñir de invierno la ribera de las Almadrabillas. Hoy he decidido que, como me enseñaste en casa, los domingos se respetan y no están hechos para trabajar, porque el sétimo día debe ser de descanso. Siempre fue así, y aunque sea por simple respeto, eso es lo razonable. Por eso, en contra de lo que durante años he tenido por costumbre: dedicar la tranquilidad del día para preparar el bullicio de la semana, esta mañana me he puesto a fisgonear por una red social a ver qué me encuentro. Y lo que he visto han sido ofertas de trabajo, muchas y variadas ofertas de empresas y despachos que buscan abogados -yo mismo lo intento, y no con mucho éxito, bien sea dicho-. Las he leído con atención, algunas hasta las he releído varias veces subrayando requisitos y exigencias, chequeando el acomodo de mi perfil a lo que en cada caso se pide, intentando seleccionar las más adecuada para alguien como yo, y siento decir que mi conclusión ha resultado ser devastadora.
Con el comienzo del año he cumplido los cincuenta y tres, llevo ejerciendo casi treinta años, trabajando más horas al día de las que son recomendables, dedicándome continuamente a aprender y a enseñar -diez años en la Universidad y aquellos otros treinta compartiéndolos con formación privada en seminarios, cursos, másteres y ponencias-, ejerciendo en materias ciertamente amplias y complejas como son el derecho mercantil y el tributario, y dirigiendo equipos de más de veinte personas de forma directa. Puedo decir que he ayudado a crear y hacer que crezca de forma satisfactoria un despacho que hoy se encuentra plenamente asentado: Lealtadis abogados, y, sin falsa molestia, creo que gozo de una buena reputación entre clientes y compañeros -sin lugar a duda, gente cercana que ha amplificado mis luces, y que habrán sabido aceptar o simplemente tapar mis sombras, que son muchas-. Pero lo cierto es que leyendo esas ofertas de trabajo creo que no doy el perfil de ninguna. Y resulta desalentador pensar que si tuviera que enfrentarme a cualquier proceso de selección hoy quizá no pasaría de una segunda ronda.
De todas formas, P., sabes que, como siempre he hecho en mi vida, no pienso desvanecerme en una autocompasión que nunca me ha adornado, y ya que me ha dado por jugar a esto, juro por mi vida que si alguna vez, por desgracia -espero que se me entienda bien cuando apelo a la desdicha-, tengo que enfrentarme a que se me examinen las competencias y me veo con la rodilla en tierra preparado para competir, sin más armas que mi currículo, seré un duro rival. No me recuerdo rendido. Sí triste y extenuado, pero nunca hundido. Lo mío ha sido pelear con uñas y dientes por todo aquello que en su momento emprendí, por todo lo que finalmente he logrado conseguir.
Querido P., ¿acaso te habías creído que esto iba a ser sencillo? Aquí no se se nos regala nada. Así que te advierto que, llegado el momento, soy capaz hasta de aprender inglés -que ya sería mucho aprender-, si hiciera falta… Dios no lo quiera.
¿Y tú qué?, ¿vas a pelear también o te quedarás ahí, quieto, meditabundo, pensando que mañana será otro día?
Comentarios
Publicar un comentario
La única obligación es ser respetuoso…, nada más.