Rutina
Después de todo, vivir consistía en esto. Por ello, cada mañana asumía con resignación el desgaste de la rutina diaria como si fuera un castigo. Levantarse, desayunar, soplar la leche caliente para que se arremolinara contra el borde y así poder sorberla tibia, escuchar el tintineo de la cucharilla rozando el cristal y masticar cada bocado de la tostada de aceite con la boca cerrada, eran sencillos actos mecánicos, casi reflejos, que realizaba sin prestarles la mínima atención. Se miró en el espejo para confirmar que no se iba a afeitar. El reflejo del cristal corroboró que el reloj que colgaba de la pared marcaba las ocho de la mañana. Siempre retrasa cinco minutos, pensó. Así que, tras alisarse el pelo con la palma de la mano, lustró los zapatos de domingo, se puso el traje que la tarde anterior había recogido de la tintorería y salió a la calle asegurándose de que la puerta había quedado bien cerrada. Antes de tomar el ascensor se volvió a echar la llave. Ya en el portal, con un pie dentro y otro fuera, miró al cielo y, como esperaba, no había rastro alguno de nubes. Hoy va a ser un gran día, se dijo para sus adentros. O no, acabó concluyendo.
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