De moscas y destinos.
Apareció de repente. Flotaba y daba vueltas tranquila en mitad del salón, ajena a la luz cenital que estaba encendida, al ruido estridente del programa de televisión. Cuando la vi girar dos veces, me di cuenta de que la puerta de cristal que daba acceso a la terraza se encontraba cerrada, así que me acerqué y, sin dejar de mirarla un momento, la abrí de par en par, invitándola a salir a la calle. A pesar de cómo la empujaba con la mirada, la mosca no salió. Siguió tranquila allí, zumbándome en la frente de una manera provocativa. Movido por un impulso me acerqué rápido, como si intentara espantarla, pero ella apenas si se inmutó. Apoyado sobre mis talones, en silencio, pensé sobre cómo resolver aquél problema, hasta que, de repente, cambió el vuelo y se dirigió hacia la calle. La alegría duró poco, porque, incomprensiblemente, lejos de buscar la raja de luz que quedaba entre la hoja y su marco, se dio de bruces contra el cristal. Cansinamente, una y otra vez. Intenté ayudarla aco...